Mi primer trabajo formalmente
inscrito ante hacienda fue en Tv azteca, mi jefe era un tipo detestable que
respondía al nombre de Alfonso Teja. Este personaje venía emigrando de
televisa, tenía ínfulas de periodista importante, opinión sobre todos los temas
en este planeta, citas constantes de su amigo Ricardo González Gutiérrez
“Cepillín” y arranques de histeria, que según mi nada calificada opinión
psicológica eran gritos desesperados por frustración y amargura. Una de las
cosas más irritantes sobre este individuo era su pasión por los Beatles y la contracultura, hablaba constantemente
de los años 60, del sistema opresor y de como era él hombre del siglo 25 con
sus visiones libres de posesiones materiales y emocionales, citando de forma
errónea a Engels y criticando lo fresa que era Luis de Llano. Puedo decir que
pasé esa primera etapa laboral, escuchando tonterías y enojándome al hacerlo.
Yo entré a la adolescencia con
rabia, escuchando metal, pelo largo, playeras negras rotas y odio constante sin
explicación. Poco a poco todo eso que sentía me fue llevando a diferentes
cosas, entre las que descubrí la literatura de Bokowski, los discos solista de
Roger Waters y los cómics de Crumb, sin saberlo me fui haciendo fan de todo lo
que en algún momento definió la contracultura. Y así hubo un momento en mi vida que encontré relevante el
pacifismo de John Lennon, la experimentación de estados de conciencia de Hunter
S. Tompson y todo aquello que en su momento era una forma de expresión contra
el sistema, que por cierto era un monstruo terrible, controlado por los
directivos de corporaciones, presidentes y militares alrededor del mundo.
Con los años fui entendiendo dos
cosas, la primera es que el movimiento de contracultura no tiene ya ninguna
relevancia porque lo absorbió el mercado. De alguna forma todos aquellos
conservadores que estaban contra el cambio en el mundo se dieron cuenta que
podían hacer dinero explotando todas esas cosas que parecían escandalosas y
revolucionarias, y que si les encontraban el empaque adecuado, dejaban de ser peligrosas
y aunque se mantuvieran detestables, por lo menos generaban una ganancia. La
segunda cosa que entendí es que el sistema no funciona de forma diabólica, es
decir, todos aquellos que por dinero, poder o armas controlan el mundo, no lo
hacen desde una trinchera organizada, ni perfectamente planeada, no nos quieren
vender sus productos para mantenernos engañados, ciegos y esclavizados, lo
hacen para hacerse más ricos, y el hecho de no les importemos nada, no quiere
decir que están secretamente conspirando para ser dueños totales de nuestras
vidas.
En las últimas dos semanas vi dos
películas que por el título podrían confundirse, pero por cualquier otra característica
no podrían ser más diferentes. This is
not a Movie del director mexicano, Olallo Rubio es uno de esos collages de
influencias mal revuelto que le hacen a uno preguntarse sobre la seriedad del proyecto. La
premisa contempla a Edward Furlong (aquél niño mal de Terminator 2) encerrado en un hotel en Las Vegas a 48 horas de que
se termine el mundo con su ego y su súper ego, uno de ellos un vaquero
decadente que podría ser una versión actual de Axl Rose y el otro un personaje
medio hippie salido de la peor época del programa La Caravana. La cinta
pretende ser una crítica a una sociedad
decadente que es controlada totalmente por The Man, quien suma todos los
horrores y manipulaciones del sistema, de ahí la cinta desvaría entre
comerciales y cortos de películas falsas llenos de referencias a la contracultura
y teorías de la conspiración e intenta decirnos algo sobre la ausencia de
control total en nuestras vidas y el maléfico mundo del consumismo. Además de
los problemas obvios de la premisa, la cinta padece de anacronismo en todos los
sentidos. La lucha que quiere dar Olallo Rubio está perdida, Burroughs, el
metal y las drogas han sido absorbidos por el sistema que critica y son parte
de la cultura general de hoy en día, es decir está predicando revolución
sesentera con armas noventeras (la música es de Slash) a un público anónimo que
necesitaría mucho más que cultura pop para lograr que reflexionara sobre este
mundo apocalíptico del que somos esclavos. Desafortunadamente este es el tipo
de peli que está realizada con gente talentosa desde el punto de vista técnico,
pero que como creen que están haciendo algo diferente, todas las críticas
pueden ser eliminadas bajo el argumento de que no tenemos los ojos
suficientemente abiertos para darnos cuenta de la realidad. Al final no entendí
si el título es una referencia a la naturaleza experimental de la peli, o si
pretende ser una advertencia sobre todas las verdades que contagia la cinta,
quizá la distribuidora quiere advertirnos antes de entrar a la sala que ni
siquiera ellos saben que hacer con esta cosa.
This is Not a Film del director iraní Jafar Panah, es un intento de
rebeldía contra la censura en Irán. El director se encuentra encerrado en su
departamento, esperando el resultado de una apelación legal, que al parecer lo
mandará unos 6 años a prisión y le prohibirá realizar películas por 20 años. La
razón de su posible encarcelamiento es escribir un guión que rechazó el Estado
y continuar pre producción mientras realizaba los cambios para volver a
intentar pasar la censura. Mientras espera el veredicto, ha decidido grabarse
en casa, primero como un experimento con la intención de pasar el día con menos
angustia y simplemente dejar testimonio de la injusticia que se comete en su
contra. Así nos enteramos que su cinta se trataba de una joven iraní que ha
sido aceptada en la universidad para estudiar arte pero su familia conservadora
no lo permite y el día que ella debe ir a registrarse la encierran en casa para
que ni siquiera intente seguir con
sus planes.
Después de un rato de conocer a
Jafar, saber que lleva varios años haciendo cine en su país, que tiene una
esposa y un hijo, al director se le ocurre una forma de protestar, llama a un
amigo y lo convence que lo grabe contándonos la película que no lo dejan
realizar y así mostrar al público lo ridículo de la ley. Con cinta adhesiva en
mano delimita su locación en un tapete y empieza a describirnos la toma inicial
donde la joven mira el mundo por la ventana de su cuarto, mira a un muchacho, habla por teléfono. En
medio de la descripción de tomas, vemos que el ejercicio revolucionario del
realizador se derrumba de la forma más triste, simplemente se da cuenta que no
vale la pena contar una película, que por más que se intente describir con
precisión el encuadre, la luz y las intenciones, es justo en el caso del cine
cuando la imagen vale más que mil palabras.
La cinta es una reflexión visual
sobre lo que hace un director y la necesidad creativa de expresarse, el acto de
protesta tiene poco sentido para el autor porque lo que quiere es transmitir
ideas y sentimientos, explicarnos la magia que sucede cuando uno está en el
set, donde suceden cosas no previstas, los actores aportan y la cámara
encuentra en la locación la forma de contar una historia de forma única, justo
en un medio cuya riqueza de lenguaje está en la mirada de un realizador que va
encontrando poco a poco lo quiere decirnos y sugerir lo que él siente sobre la
historia que vemos. La cinta inicia con formato de documental y se convierte en
un manifiesto sobre un hombre al que le han quitado la voz, una voz a la que no
le interesa derribar sistemas ni luchar contra poderes tiránicos, simplemente
busca encontrar un lugar en el mundo a través del lenguaje de las imágenes. En
este caso, el título es una referencia a la opinión de su autor sobre un cine
que cuenta historias, una historia que en este caso, el director no logra
encontrar.
No es mi intención hacer una
comparación entre dos películas que son absolutamente diferentes en estilos,
temas y circunstancias de producción; sin embargo, no puedo dejar de pensar en
las intenciones de cada director y cómo ambos están intentando dar una batalla
que creen importante, sólo que el iraní fracasa intentando derribar a pedradas
un muro sólido de piedra y el mexicano fracasa apuñalando con un chuchillo de
plástico a un monstruo que no existe.
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