viernes, 4 de mayo de 2012

This is not a blog


Mi primer trabajo formalmente inscrito ante hacienda fue en Tv azteca, mi jefe era un tipo detestable que respondía al nombre de Alfonso Teja. Este personaje venía emigrando de televisa, tenía ínfulas de periodista importante, opinión sobre todos los temas en este planeta, citas constantes de su amigo Ricardo González Gutiérrez “Cepillín” y arranques de histeria, que según mi nada calificada opinión psicológica eran gritos desesperados por frustración y amargura. Una de las cosas más irritantes sobre este individuo era su pasión por los Beatles y la contracultura, hablaba constantemente de los años 60, del sistema opresor y de como era él hombre del siglo 25 con sus visiones libres de posesiones materiales y emocionales, citando de forma errónea a Engels y criticando lo fresa que era Luis de Llano. Puedo decir que pasé esa primera etapa laboral, escuchando tonterías y enojándome al hacerlo.

Yo entré a la adolescencia con rabia, escuchando metal, pelo largo, playeras negras rotas y odio constante sin explicación. Poco a poco todo eso que sentía me fue llevando a diferentes cosas, entre las que descubrí la literatura de Bokowski, los discos solista de Roger Waters y los cómics de Crumb, sin saberlo me fui haciendo fan de todo lo que en algún momento definió la contracultura.  Y así hubo un momento en mi vida que encontré relevante el pacifismo de John Lennon, la experimentación de estados de conciencia de Hunter S. Tompson y todo aquello que en su momento era una forma de expresión contra el sistema, que por cierto era un monstruo terrible, controlado por los directivos de corporaciones, presidentes y militares alrededor del mundo.

Con los años fui entendiendo dos cosas, la primera es que el movimiento de contracultura no tiene ya ninguna relevancia porque lo absorbió el mercado. De alguna forma todos aquellos conservadores que estaban contra el cambio en el mundo se dieron cuenta que podían hacer dinero explotando todas esas cosas que parecían escandalosas y revolucionarias, y que si les encontraban el empaque adecuado, dejaban de ser peligrosas y aunque se mantuvieran detestables, por lo menos generaban una ganancia. La segunda cosa que entendí es que el sistema no funciona de forma diabólica, es decir, todos aquellos que por dinero, poder o armas controlan el mundo, no lo hacen desde una trinchera organizada, ni perfectamente planeada, no nos quieren vender sus productos para mantenernos engañados, ciegos y esclavizados, lo hacen para hacerse más ricos, y el hecho de no les importemos nada, no quiere decir que están secretamente conspirando para ser dueños totales de nuestras vidas.

En las últimas dos semanas vi dos películas que por el título podrían confundirse, pero por cualquier otra característica no podrían ser más diferentes. This is not a Movie del director mexicano, Olallo Rubio es uno de esos collages de influencias mal revuelto que le hacen a uno preguntarse  sobre la seriedad del proyecto. La premisa contempla a Edward Furlong (aquél niño mal de Terminator 2) encerrado en un hotel en Las Vegas a 48 horas de que se termine el mundo con su ego y su súper ego, uno de ellos un vaquero decadente que podría ser una versión actual de Axl Rose y el otro un personaje medio hippie salido de la peor época del programa La Caravana. La cinta pretende ser una crítica  a una sociedad decadente que es controlada totalmente por The Man, quien suma todos los horrores y manipulaciones del sistema, de ahí la cinta desvaría entre comerciales y cortos de películas falsas llenos de referencias a la contracultura y teorías de la conspiración e intenta decirnos algo sobre la ausencia de control total en nuestras vidas y el maléfico mundo del consumismo. Además de los problemas obvios de la premisa, la cinta padece de anacronismo en todos los sentidos. La lucha que quiere dar Olallo Rubio está perdida, Burroughs, el metal y las drogas han sido absorbidos por el sistema que critica y son parte de la cultura general de hoy en día, es decir está predicando revolución sesentera con armas noventeras (la música es de Slash) a un público anónimo que necesitaría mucho más que cultura pop para lograr que reflexionara sobre este mundo apocalíptico del que somos esclavos. Desafortunadamente este es el tipo de peli que está realizada con gente talentosa desde el punto de vista técnico, pero que como creen que están haciendo algo diferente, todas las críticas pueden ser eliminadas bajo el argumento de que no tenemos los ojos suficientemente abiertos para darnos cuenta de la realidad. Al final no entendí si el título es una referencia a la naturaleza experimental de la peli, o si pretende ser una advertencia sobre todas las verdades que contagia la cinta, quizá la distribuidora quiere advertirnos antes de entrar a la sala que ni siquiera ellos saben que hacer con esta cosa.

This is Not a Film del director iraní Jafar Panah, es un intento de rebeldía contra la censura en Irán. El director se encuentra encerrado en su departamento, esperando el resultado de una apelación legal, que al parecer lo mandará unos 6 años a prisión y le prohibirá realizar películas por 20 años. La razón de su posible encarcelamiento es escribir un guión que rechazó el Estado y continuar pre producción mientras realizaba los cambios para volver a intentar pasar la censura. Mientras espera el veredicto, ha decidido grabarse en casa, primero como un experimento con la intención de pasar el día con menos angustia y simplemente dejar testimonio de la injusticia que se comete en su contra. Así nos enteramos que su cinta se trataba de una joven iraní que ha sido aceptada en la universidad para estudiar arte pero su familia conservadora no lo permite y el día que ella debe ir a registrarse la encierran en casa para que ni siquiera intente  seguir con sus planes.

Después de un rato de conocer a Jafar, saber que lleva varios años haciendo cine en su país, que tiene una esposa y un hijo, al director se le ocurre una forma de protestar, llama a un amigo y lo convence que lo grabe contándonos la película que no lo dejan realizar y así mostrar al público lo ridículo de la ley. Con cinta adhesiva en mano delimita su locación en un tapete y empieza a describirnos la toma inicial donde la joven mira el mundo por la ventana de su cuarto, mira  a un muchacho, habla por teléfono. En medio de la descripción de tomas, vemos que el ejercicio revolucionario del realizador se derrumba de la forma más triste, simplemente se da cuenta que no vale la pena contar una película, que por más que se intente describir con precisión el encuadre, la luz y las intenciones, es justo en el caso del cine cuando la imagen vale más que mil palabras.

La cinta es una reflexión visual sobre lo que hace un director y la necesidad creativa de expresarse, el acto de protesta tiene poco sentido para el autor porque lo que quiere es transmitir ideas y sentimientos, explicarnos la magia que sucede cuando uno está en el set, donde suceden cosas no previstas, los actores aportan y la cámara encuentra en la locación la forma de contar una historia de forma única, justo en un medio cuya riqueza de lenguaje está en la mirada de un realizador que va encontrando poco a poco lo quiere decirnos y sugerir lo que él siente sobre la historia que vemos. La cinta inicia con formato de documental y se convierte en un manifiesto sobre un hombre al que le han quitado la voz, una voz a la que no le interesa derribar sistemas ni luchar contra poderes tiránicos, simplemente busca encontrar un lugar en el mundo a través del lenguaje de las imágenes. En este caso, el título es una referencia a la opinión de su autor sobre un cine que cuenta historias, una historia que en este caso, el director no logra encontrar.

No es mi intención hacer una comparación entre dos películas que son absolutamente diferentes en estilos, temas y circunstancias de producción; sin embargo, no puedo dejar de pensar en las intenciones de cada director y cómo ambos están intentando dar una batalla que creen importante, sólo que el iraní fracasa intentando derribar a pedradas un muro sólido de piedra y el mexicano fracasa apuñalando con un chuchillo de plástico a un monstruo que no existe.




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