miércoles, 26 de septiembre de 2012

El Fantasma del Capitalismo recorre el mundo


Tengo una hermana que se llama Fernanda, es la menor de los Núñez López y durante nuestra infancia fue mi protegida, de forma curiosa mis dos hermanos zurdos hacían equipo y yo formaba mancuerna con mi hermana que escribe, como yo, con la mano derecha. Curiosamente con los años las decisiones profesionales en la vida tuvieron un futuro parecido al de los equipos que hacíamos en la casa, los izquierdos se hicieron abogados y los derechos nos dio por la expresión creativa, en mi caso, es la obsesión compulsiva por el cine y en el de mi hermana Fer, las artes escénicas. Fer es una chica curiosa, tiene algunas características muy fuertes de una chava fresa y otras muy marcadas de una persona enojada, con pequeños y divertidos tintes de amargura; sus gustos varían en coordinación perfecta con esta dualidad que la define. Por ejemplo, tiene una obsesión con un personaje de caricatura y cuenta con una colección de parafernalia del dicha figura que raya en lo espeluznante. Es una clavada de los performance de danza más raros con los que uno se puede topar y al mismo tiempo adora los musicales más cursis en su formas teatrales y cinematográficas, su rango de lectura va de autores clásicos, complejos y actuales a best sellers de  los peores tipos. En el caso de sus gustos en cine, primero que nada existe el mismo encanto con el terror que nos transmitió el progenitor, pero también tiene una encanto por el cine Hallmark, que yo me explico como una ausencia total de filtros en su elección de dramas. No niego que sea capaz de disfrutar el buen cine, de conmoverse o fascinarse con cintas bien realizadas o perfectamente escritas, simplemente creo que su limite de placeres culpables es muy extenso. Además hay otro tipo de gusto que mi hermana pequeña satisface de forma perturbarte, hay un encanto terrible por volverse niña adolescente y emocionarse profundamente con historias cursis de niñas bobas buscando al príncipe azul, como por ejemplo, la serie de Twilight, y aunque sea capaz de reconocer los fallos, jaladas y hoyos de la historia, no deja de estar fascinada con el romance que por lo menos a mí, me ha desencantado de los vampiros. Estos gustos tan complejos la hicieron la compañía ideal para ver Cosmopolis, una peli que probablemente le causó dolores de cabeza a los publicistas que diseñaron la campaña de promoción, al no saber si debían venderle cine de arte a quienes detestan al actor o la guapura del muchacho a sus fans adolescentes, mi hermana parece ser el target perfecto.

Cosmopolis es la nueva película de David Cronenberg, un director al que se le puede seguir una línea de obsesiones clara en su filmografía, empezó su carrera con cintas sobre enfermedades y epidemias, casi todas sexuales mucho antes de que el SIDA y otras enfermedades de transmisión sexual se convirtieran en el foco de  atención de nuestra sociedad. Después pasó a realizar historias sobre deformación de la carne y su efecto en la mente, para después concentrarse en la degeneración psicológica de su personajes. Es posible que su nueva cinta anuncie un cambio más en sus obsesiones. Basado en la novela de Tom DeLillo, uno de los autores claves del posmodernismo gringo, se cuenta la historia del que el joven multimillonario Eric Packer quien tiene la necesidad absoluta de cruzar la isla de Manhattan en busca de un corte de pelo en un día en que el presidente visita la ciudad, una enorme protesta anti capitalista paraliza las calles, el velorio de un rapero se lleva a cabo en las calles y la moneda japonesa está quebrando al dólar estadounidense. La principal sorpresa de la cinta es que es protagonizada por Robert Pattinson, el mismo actor que interpreta al vampiro de la serie de Twilight, lo cual ya nos pone a todos un poco nerviosos. A Croneneberg no le es suficiente realizar una cinta que sucede principalmente dentro de una limosina, o la peligrosa comparación con el libro, además escoge a un actor que sus seguidores probablemente no aprueban y que no se ha destacado por sus habilidades histriónicas. De esta primera prueba puedo decir que el realizador canadiense sale muy bien librado, no sé que tan grande sea el rango de Pattinson, pero este personaje le queda a la medida, y lo trabaja de forma perfecta, entiende la ironía del guión y lo transmite en diálogos y gestos, lo cual se redondea de forma perfecta con el resto del reparto, desde una Juliette Binoche que se reencuentra con la  sensualidad que parecía haber pedido desde que se mudó a Hollywood, Samantha Morton que interpreta a su personaje con su habitual sutileza, un Paul Giamatti intenso y perturbado, Sarah Gadon que ya en su participación anterior con Cronenberg en A Dangerous Method nos había regalado esa frialdad elegante que la vuelve la pareja perfecta para Pattinson en la cinta y el resto de jóvenes que asesoran al personaje principal en su odisea por llegar al peluquero.

Como es costumbre el estilo visual del realizador de Crash es impecable, puedo imaginar muy pocos directores que encuentren una forma tan estilizada y elegante de filmar una cinta dentro de un coche; además logra darle a la ciudad de Nueva York una mirada tan diferente, haciendo que su visión de metrópolis en decadencia se aleje de todos los estereotipos y clichés que han rodeado a la urbe más importante de Estados Unidos. Cronenberg no es sólo un cineasta maduro en capacidad plena de realización, también sigue siendo un autor innovador que usa el lenguaje cinematográfico de forma original. Quizá la principal crítica que se le puede hacer a Cosmopolis es su frialdad, no porque esto sea malo por principio, sino porque la falta de construcción emocional durante los primeros dos tercios de la cinta le resta fuerza a un acto final que podría causar una catarsis emocional muy superior a lo que la cinta logra cuando empiezan los créditos.

Habiendo escrito todo esto, estoy consciente de que he separado elementos de la cinta para no hablar del todo, principalmente porque no sé aun qué pienso de la peli, en parte porque me causó una sensación fuerte de que es un proyecto terminado a medias, en el que falta la voz del autor, una historia cuya principal motor son diálogos alrededor del capitalismo y sus efectos en el mundo contemporáneo tiene la posibilidad de encontrar una forma más clara de establecer sus hipótesis. No obstante, la cinta no es un panfleto de izquierda, tampoco es una crítica social sobre los resultados del sistema económico, es más bien una reflexión sobre a dónde nos ha traído, desde el punto de vista de alguien que se ha beneficiado por la forma en que las cosas funcionan y de ahí explorar el valor de las cosas, el significado de aquello que uno posee o que no puede comprar, la explicación detrás de todo aquello inútil que poseemos dependiendo de nuestras posibilidades. Los personajes de la cinta suben y bajan de la limosina reportando el estado del mundo a una persona que es dueña de todo lo que lo rodea, especialistas de todo tipo lo acompañan en su viaje debatiendo el significado del dinero y tratando de pronosticar un final que está sucediendo a su alrededor y que podemos ver desde las ventanas del coche donde viajan, un doctor que descubre que la próstata de nuestro protagonista es asimétrica y un violento luchador social que se enorgullece de haber aventado pastelazos a las personas con mayor seguridad del planeta. Justo este es el tema que no me termina de convencer, no quiero que Cronenberg me diga qué es bueno y qué es malo, pero si que dé el paso completo al criticar a los manifestantes que luchan contra el poder durante el día, para terminar con la consciencia tranquila en la noche de haber dado la batalla aunque nada cambie de verdad, que con fuerza le dé el golpe a su protagonista al que no le permiten comparar la Rothko Chapel o usar el bombardero nuclear ruso que guarda en una bodega en Nuevo México.

Al final la cinta empieza a ser una clase sobre los diferentes aspectos del mundo capitalista y deja de ser una película sobre el personaje y su tema. Definitivamente tengo que ver la peli una vez más, con calma y con pausas para absorber toda la información que entrega; sin embargo, no puedo dejar de pensar que con sus virtudes y defectos, Cosmopolis es una de esas rarezas con las que es difícil toparse en las salas de cine.

Punto y aparte.

Hoy mientras ordenaba mi cabeza para escribir la entrada que acaban de leer, me enteré de la muerte del Alonso Lujambio, y no puedo dejar de pensar en el hoyo que sigue en mi estómago desde que leí la noticia. Alonso fue mi maestro cuando pasé por la Ciencia Política, sus clases fueron una de las cosas que me dejaron mejor sabor de boca en aquella etapa. Era un hombre que desbordaba pasión por su tema durante las clases, tengo muy clara en la cabeza la vez que contó como nació el Senado mexicano, o la impresión tan fuerte que le causaba la ingeniería constitucional que diseñaron los priístas para conservar el poder. Siempre que busqué su asesoría para algún trabajo o escrito salí con la tarea de encontrar una enorme bibliografía sobre el tema consultado, después de que con emoción buscó todo lo relacionado con la inquietud con la que me había presentado. La última vez que lo vi, todavía estaba entero, sonriente y amable. Que descanse en paz Alonso Lujambio.